En los tiempos convulsos que vivimos siempre es de agradecer tener la oportunidad de desconectar y quedarse pasmado por el directo de una banda que lleva años demostrando su buen hacer sobre los escenarios. Russian Circles, con tres álbumes en su haber, han logrado encaramarse por derecho propio en el podio del ‘post metal’, apoyados en la pericia de tres músicos que, juntos, hacen con el oyente lo que placen. Su directo ha sido siempre garantía de calidad y su concierto en Barcelona no fue menos pese al evidente uso de pistas pregrabadas.
Los encargados de abrir la noche, Deafheaven, descargaron su particular sonido mezcla de black metal ambiental con shoegaze y tintes post-rock que, he de confesar, no acabé de entender. Lo digo en primera persona para que sea fácil echarme en cara lo de “no está hecha la miel para la boca del asno”. En fin, la amalgama de sonidos y cambios de ritmo aderezada con un frontman que se desgañita con voz black metalera pero al que casi no se le oye (divertido me pareció el momento en el que se dirigió al público para agradecer su presencia además de algunas otras cosas que, por el nivel de volumen del micro, fueron difíciles de interpretar) no logró llegarme. No cabe duda de que la propuesta de los de San Francisco es ambiciosa pero quizá en esa ambición se pierdan sin lograr obtener un resultado concreto.
Pero llegó el momento de “El show de David Turncrantz”, perdón, Russian Circles. Y es que el concierto del trío de Chicago fue, más que nunca, monopolizado por el tremendo batería. No es que sea inútil adjetivar las capacidades de Turncrantz con las baquetas pero es que tampoco queremos rellenar media crónica con una lista de sinónimos de genio. Sobresalió como si tuviera alas (cortesía de Budweiser y no Red Bull) al lado de un Mike Sullivan (guitarrista) más errático y al que las pistas pregrabadas dejaron en evidencia en alguna ocasión (aunque tiene excusa y gorda, nunca mejor dicho: la rotura del dedo gordo de su mano izquierda) y a un Brian Cook al que esperábamos con mayor protagonismo, después del paso al frente dado en “Empros”, pero que pese a todo, estuvo a buen nivel.
Con una salida con humo a tutiplen y pasajes sonoros ambientales, Turncratz dictaba el inicio de “Carpe”, a la que sucedió la maravillosa “Harper Lewis”, “309” y la acongojante (por ser finos) “Geneva”. Tema tras tema, guitarra, bajo y batería (y pistas pregrabadas) se convertían en ese ariete percutor que echaron abajo cualquier resistencia que pudiera haber entre los asistentes de una sala Apolo 2 que presentaba una muy buena entrada.
Cerrando con “Death Rides A Horse”, la banda echaba el resto en el que suponía el último concierto de su larga gira europea, exprimiendo con ganas las últimas gotas de sudor que les quedaban en el cuerpo. No hay duda: repetiremos en su próxima visita, que esperamos sea dentro de no mucho.