Allá por principios de siglo eclosionó una hornada de bandas que de algún modo eran una especie de ‘revival’ del ‘garage rock’ que sin tener un único punto neurálgico (bandas oriundas de lugares tan lejanos entre sí como Nueva York, Sydney o Fagersta en Suecia) eran englobadas en ese saco aún teniendo sonidos también ciertamente dispares.
The Hives lograban notoriedad y ser incluidos en ese cajón con un fenomenal disco, «Veni Vidi Vicious». Posteriormente y, disco a disco, han conseguido mantener el nivel y ampliar su mercado con canciones que, ciertamente, son un caramelo para cualquier agencia de publicidad: melódicas, breves y enérgicas.
La última visita de los suecos fue hace ya tres años, en un multitudinario concierto gratuito dentro del marco de las fiestas patronales de Barcelona, por lo que no cabe duda que había ganas de volver a verles y, seguro que aquel concierto les valió para ganarse unos cuantos fans más que sentían curiosidad por verles en una sala.
Pero antes de que el quinteto nórdico saltara a escena, The Bronx se encargaron de hacer lo que se supone que debe hacer un telonero: calentar el ambiente y dejar a un público entregado a la espera de la aparición de The Hives. Es digno de elogio el papel de los angelinos porque tienen nombre y categoría para ser cabezas de cartel y más teniendo en cuenta que su anterior visita a la ciudad condal fue para hacer doblete: concierto matinal en la sala Rocksound y en el papel de Mariachi El Bronx por la noche en Razzmatazz, teloneando en esta ocasión a Gogol Bordello.
Sin necesidad de grandes aspavientos ni florituras excesivas, el grupo comandado por Matt Caughthran nos trajo a la mente eso de «eto eh el brons» con su potente directo (lastimosamente, algo deslucido por un sonido algo irregular en la primera parte del concierto) en el que lograron transmitir la energía de su punk-rock a los presentes que estuvieron atentos a su actuación (que también los hubo que no, más interesados en hacerse estúpidas fotos inmortalizando su prescindible presencia en la sala, ajenos a como Caughtran se desgañitaba). Esperamos verlos de vuelta el año próximo con su esperado cuarto disco bajo el brazo. Y es que, «Ribcage», promete.
Tras preparar el escenario los particulares ninjas del grupo, poco más tarde de las 21.10h. con las letras «The Hives» iluminadas (que bien podría vender Philips), uno a uno, fueron apareciendo impecablemente vestidos con frac, Howlin’ Pelle Almqvist (voz), Nicholaus Arson (guitarra), Vigilante Carlstroem (guitarra), Matt Destruction (bajista) y Chris Dangerous (batería).
La mecha la encendió la poderosa «Come On!» abriendo la puerta al sinfín de temazos que nutren la discografía del quinteto (no faltaron trallazos como «Main Offender», «Hate to Say I Told You So», «Walk Idiot Walk», «Won’t Be Long» o «1000 Answers») y que en vivo mantienen la misma chispa que en disco.
La banda aúna un gran directo con un excelente sentido del espectáculo: Almqvist se mete al público -al que arenga continuamente- en el bolsillo con su macarrónico castellano mientras Arson, con su incansable ir y venir por el escenario con cara de chalado (sus ojos azules potencian la expresión), conforman la parte espectáculo del grupo. Los otros tres integrantes, por su lado, son más bien los currantes necesarios para que el show salga adelante. Porque además de un excelente concierto de rock, The Hives entretienen hasta al que no le gusta el rock. No se me ocurriría mejor manera de introducir a un niño en el rock que con un concierto de los de Fagersta: música y espectáculo al servicio del entretenimiento.
Texto: Rob Merino / Fotos: Nuria Ocaña
Agradecimientos: Live Nation