Con el hardcore sucede algo parecido a lo que sucedió con el punk, el metal o incluso el rock: En algún momento en los 90s alcanzó la mayoría de edad, con centenares de bandas haciendo ruido y comenzando a determinar cuales eran o serían los nuevos límites del género.
Casualmente por aquel entonces los inolvidables Refused sacudieron la manera de entender este estilo, y comenzó a surgir lo que se convino en denominar post-hardcore; una etiqueta que tuvo su gracia y, por qué no decirlo, aglutinó a una seria de grupos bastante interesantes, bandas que de alguna manera trataron de experimentar y ampliar horizontes.
Con cierta celeridad, la cosa comenzó a saturarse y pronto comenzaron a llegar las mutaciones. Básicamente fusiones que han ido dando lugar a etiquetas de lo mas variopinto, hasta el punto en que un servidor tiene la sensación de que el post-hardcore se ha mezclado con casi todo, incluso con la música electrónica, lo que parece ser la última tendencia.
En todo caso, los británicos Feed The Rhino, pasan por encima de tendencias o modas. Su música profundiza en los aspectos más clásicos del género, esos aspectos que todo álbum de hardcore jamás debe obviar: «Velocidad, contundencia y gritos por doquier».
Ahora bien, si por algo estos cafres se diferencian del resto de bandas de su especie es por su empecinada intención de limar las aristas que separan el hardcore y el southern rock, ofreciéndonos una simbiosis sónica cuando menos bastante interesante.
Su primer asalto, «Mr. Red Eye» (2010), ya anunciaba por donde pretendían golpearnos la sesera, aunque la mezcla de punk rabioso con pinceladas de rock pesado acabó por resultar demasiado áspera y rocosa. Realmente las buenas intenciones y ambiciosas ideas no acabaron por plasmarse, pero la intensidad que desprendió el disco me dejó un grato sabor de boca y bastante curiosidad de cara a futuras entregas.
The Burning Sons supone para la banda un buen espaldarazo, ya que la fórmula evoluciona y, aunque siguen desprendiendo la idea de que aún queda camino por explorar y evolucionar, pueden presumir de haber logrado un sonido bastante personal y auténtico. Algo de lo que adolecen otras bandas de similar perfil como Gallows o Hexes, sin ir más lejos.
Comienzan incendiarios con «Flood The System» y «Nothing Lost». El tercer corte, «The Burning Sons», con una sección rítmica atronadora y pantanosa te vuela la cabeza para desembocar en un delicioso interludio absolutamente sureño.
Los siguientes cortes «I Am The Curse, I Am The Cure», «Kings Of A Grand Delusion» y «Song Of Failure» funcionan perfectamente como himnos de hardcore rocoso e irreverente. La andanada continua con «Razor», donde nos entregan un medio tiempo «bluesy«, que supone un delicioso respiro de cara a la parte final del álbum, que nos machaca las neuronas nuevamente hasta el penúltimo tema, «Tides», con un nuevo cambio de registro; en esta ocasión con el piano de fondo nos entregan una agresiva oda que, a mi juicio, aporta ideas interesantes de cara a la futura dirección que podrían tomar sus composiciones.
La cosa toca a su fin con «The Compass», y lo hacen como comenzaron: pantanosos y con una interlocución más de riffs pesados y brutalmente distorsionados.
Vamos, que los chicos están en estado de gracia, y parecen estar dando con la formula adecuada. Además, sus actuaciones en directo resultan mucho más potentes aún que lo nos ofrecen en el plástico, de modo que con un disco tan impecable como The Burning Sons y tanta intensidad en vivo, no les perderé la pista de cara al futuro… ¡Y que «la hardcore viva»!