La Rolling Stone publica en exclusiva un fragmento del debut como escritor de Randy Blythe, frontman de Lamb Of God, que en «Dark Days: A Memoir», cuenta los traumáticos días que pasó en una cárcel de la República Checa tras ser acusado de asesinato por la muerte de un fan en un concierto de Lamb Of God en Praga.
El fragmento en concreto es el de la noche del concierto donde se produjo la fatídica muerte que provocó su detención:
Llegamos al club justo antes de nuestro set. Recuerdo subir rápidamente las escaleras y recordar que solo había una entrada/salida del club. La única manera de salir ganador en un club con una sola entrada es pasar desapercibido, así que esa noche, raudo y sigiloso, sin levantar la vista del suelo tejí mi camino entre el público hasta el camerino. El camerino era una pequeña habitación en un pequeño pasillo embutido de equipos (de sonido) a la derecha del escenario (izquierda del escenario para el espectador). Me pongo el mono (pantalones apestosos, camiseta sucia y mis zapatillas apestosas que llevo cada noche para que mi ropa normal no se empape de sudor), hice mi calentamiento de voz y salí al escenario desde la derecha.
Tuve que andar con cuidado junto a una fila de amplificadores de guitarras y me arrastré por encima de la batería de Chris hasta llegar a la parte izquierda del escenario donde mi guitarrista, Mark, y yo estamos colocados antes del concierto y durante los pocos parones que hacemos. Lo recuerdo como un viaje especialmente difícil a la parte izquierda del escenario; había montones de cables y guitarras y partes de batería en mi camino. Pude ver porque nuestro equipo había estado tan enfurruñado ese día. El escenario era pequeño y montar todo y trabajar ahí tuvo que haber sido bastante chungo. Estaba todo extremadamente apretado y al oír como empezaba nuestra intro, Drew, el técnico de guitarras de Mark, me dijo, «Ten cuidado – es un escenario pequeño y está todo realmente apretado». Le di a Drew mis gafas para que me las guardara, Chris contó la entrada a la primera canción, Mark entró y yo le seguí, como había hecho en incontables otras noches.
¿Qué recuerdo del set que tocamos esa noche? No mucho. Fue un concierto como cientos otros que mi banda ha hecho en su carrera. Fue ruidoso. Hacía calor. Me tiré muchísima agua por encima para refrescarme. Había mucha gente de negro con pelo largo dándose de hostias. Parecía que no íbamos mal con el público. De lo que recuerdo, no pasó nada especialmente espectacular o horrible. Solo algunas cosillas destacaron cuando rebusqué en mi cerebro para encontrar alguna clase de clave.
Recuerdo que justo al empezar nuestro set, parecía haber mucha gente en el escenario. Gente que no pertenecía ahí. Gente que no era de nuestra banda, equipo o trabajando como seguridad. De hecho, no recuerdo que hubiera ninguna clase de seguridad en el área cercana al escenario porque la gente no paraba de saltar, golpeándome mientras cruzaban corriendo la ya de por si abarrotada plataforma y saltando al público. En cada concierto que hace mi banda, se firma un contrato con el promotor de la gira que indica lo que Lamb Of God necesita para hacer un concierto.
Uno de esos requisitos es una seguridad entrenada y una barricada fiable colocada adecuadamente delante del escenario, ambas medidas con el objetivo de asegurar que los miembros del público no salten al escenario y que tanto la banda como el público estén seguros. A veces ciertas cosas se quitan de un contrato o rider dependiendo del presupuesto para el concierto del promotor, pero nunca, nunca, la seguridad o una barricada. Lamb of God atrae un público alborotado, por decirlo de forma suave; si no hubiera seguridad en nuestros conciertos, probablemente nuestro equipo acabaría por los suelos cada noche, nos empujarían del escenario y finalmente alguien (probablemente varios) saldría herido de gravedad.
En esta noche, no solo no parecía haber seguridad sino tampoco una barricada de verdad. Si hubo una, era endeble y fue empujada fácilmente contra el escenario, porque los fans se apoyaban en el escenario y no paraban de darme en los pies cada vez que los apoyaba en alguno de los monitores, molestándome un poquito y haciéndome que me echara atrás en ese metro que me separaba de la batería de Chris. Empecé a preguntarme donde demonios estaba la seguridad y me moría de ganas porque terminara el concierto. Este concierto fue un desastre – el club era una mierda, mi equipo estaba cabreado, el escenario era pequeño y estaba abarrotado con nuestro equipo.
Un escenario abarrotado es un escenario peligroso para mi porque cuando tocamos salto constantemente por todos lados pese a no ver bien por no llevar gafas y las luces del escenario que constantemente deslumbran tus ojos. Los fans golpeando mis pies y corriendo en el escenario lo empeoraron y la inexistente seguridad no hizo nada por detenerles, empecé a cabrearme bastante.
Me cabreé especialmente con un joven rubio que no paraba de subir al escenario tratando de rodearme con los brazos mientras yo intentaba cantar. Le vi volar hacia el público y, en un momento, darse bastante fuerte contra el suelo para volver a subir al escenario poco después. Ya había hecho dos apariciones previas a esto y pese a señalarle y negar con la cabeza para hacerle saber mi desagrado, ahí que volvía. En ese momento decidí que ya había tenido suficiente de sus estupideces, imaginé que estaba borracho o loco y decidí darle una lección. Al acercárseme, le rodeé el cuello con mi brazo izquierdo, deslicé mi cadera detrás de él y los dos nos fuimos al suelo.
Una vez en el suelo, enrollé mi brazo izquierdo en una de sus piernas en lo que mi entrenador de lucha libre de secundaria habría llamado la media parra, lo dejé ir un poco y le agarré del cuello con mi mano izquierda. No le ahogué pero apliqué suficiente presión para hacerle saber que iba en serio, y mientras cantaba la letra en el micro que había mantenido en la mano derecha todo el rato, empecé a gritar algo parecido a «¡No! ¡Ya basta, gilipollas!» a la cara. Supongo que la mejor analogía de este enfrentamiento físico habría sido el de la madre perro que coge a uno de sus cachorros del pescuezo y le gruñe – Hey, para ya chico. Lo digo en serio.
Este joven aparentemente no pensó que fuese en serio porque empezó a sonreír y elevar sus manos haciendo los cuernos (el saludo de dedo gordo extendido e índice y dedo pequeño elevados que se hace en los conciertos de rock), casi de risitas. Debo admitir que esto me cabreó un poquito – estaba intentando trabajar, él parecía pensar que tenía derecho a subir y, borracho, interrumpir nuestra actuación y ahora el muy mierda parecía estar ahí sonriendo con aires de superioridad. Me contuve de estrangularle la sonrisa de los labios y continué cantando y gritándole, «¡Basta!» a la cara hasta que decidió que ya se había cansado de estar tirado y trató de levantarse.
Oh, no. Eso no iba a pasar. Te morías de ganas de estar aquí arriba, cabroncete, pensé, y ahora aquí estamos. CONMIGO. Te irás cuando yo decida que es momento de que te vayas. Empezó a parecer que entraba en pánico, y empezó a forcejear un poco para levantarse así que levanté la mano de su cuello, enrollé mi brazo izquierdo alrededor de su cuello y puse todo el peso de mi cuerpo encima suyo. Dejé lo de gritar «¡No!» y presioné el micrófono en su cara mientras le gritaba la letra. Esto parece que le asustó – no podía moverse y le estaba gritando en la cara a pocos centímetros. Le aguanté ahí hasta que parecía estar totalmente pasmado, y le dejé ir. Imaginé que le había dejado las cosas claras y que no volvería al escenario. No recuerdo cuando dejó el escenario pero si a mi bajista John mirarme y decirme, «Eso fue la hostia».
Ese es el último recuerdo claro que tengo del escenario de aquella noche. Mi siguiente recolección es borrosa, y dudosamente coloreada por los repetidos visionados del vídeo del concierto de esa noche, incontables relecturas de la verbalización del delito que se me imputó y examen con gran detalle los testimonios opuestos que los testigos dieron de los sucesos de esa noche. Recuerdo que alguien que creía mi amigo al que acababa de advertir tajantemente que no subiera al escenario, un joven de pelo rubio, voló del escenario delante de mi, desapareciendo en el público, levantándose mientras se agarraba la cabeza con dolor. Creo, pero no estoy seguro al 100%, que empujé a esta persona del escenario y que debió ser desde el medio del escenario.
Recuerdo que esta persona se levantó algo alterado y yo miré al público para ver si estaba ien. Recuerdo que varios asistentes me levantaron el pulgar como diciendo, «Está bien, sigue». Recuerdo a este joven menenando su cabeza brevemente como si no estuviera bien para seguidamente volver a hacer headbanging como si nada hubiera sucedido antes de volver a meterse entre el público. Me preocupé un momento pero supuse que estaba bien y continuamos tocando. Nadie nos dijo que no lo hiciéramos.
No recuerdo el final del concierto pero recuerdo claramente qué pasó luego. Me bajé del escenario y fui al camerino y mi móvil empezó a sonar inmediatamente. Miré y vi que era la publicista de Lamb Of God, Maria Ferrero. No contesté porque tras pagar unas pocas gigantescas facturas telefónicas como consecuencia de las giras por Europa, aprendí la cara lección. Recuerdo preguntarme qué hacía llamándome Maria ya que nunca lo hace cuando estamos en Europa – ya lo sabe. El teléfono volvió a sonar – era de nuevo Maria. Esta vez contesté porque imaginé que debía ser algo importante si no paraba de llamarme a Europa.
«Hey Maria, ¿qué pasa?», contesté.
«Randy, Paul ha muerto,» me dijo.
«¿Qué?» pregunté. «¿Qué Paul?»
«Paul Gray. Paul de Slipknot».
«Joder. ¿En Des Moines?» pregunté.
«Eso me han dicho. Simplemente no quería que te enteraras leyéndolo en internet.»
«Gracias, Maria. Tengo que hacer unas llamadas. Adiós».
Paul Gray era un amigo mío de Iowa que tocaba el bajo en la banda multiplatino de nueve lunáticos enmascarados, Slipknot. Lamb Of God había salido de gira con Slipknot algunas veces, empezando en 2004 en el OZZfest, un pack de múltiples bandas que viaja por todo EEUU durante el verano difundiendo el caos allá donde pisa. Paul y yo nos conocimos en un concierto que Lamb Of God dio en Iowa pero nos unimos en verano de 2004 robando carritos de golf de los pabellones donde tocábamos, bromeando y hablando de bandas punk rock.
Pasamos un buen puñado de buenos momentos en los siguientes nueve años tras eso, desde alocadas noches en el backstage durante una gira de nueve semanas que nuestras bandas hicieron juntas, hasta cruzarnos en distintos festivales a lo largo del mundo. La última vez que le vi con vida había venido a vernos a Des Moines pese a que tenía que coger un avión en pocas horas para salir de gira con su banda por Europa. Era un hombre muy generoso; una vez me quedé en su casa en Des Moines con mi otra banda de por entonces, Halo Of Locusts, cuando tocamos en su ciudad. Paul no estaba ni en Des Moies, estaba de gira pero cuando le llamé para ver si estaba en la ciudad, insistió en que nos quedáramos en su casa y llamó a un amigo para que nos abriera su casa. Paul y yo habíamos hablado algunas veces de un proyecto musical que queríamos hacer y habíamos pensado en alguna otra gente que nos gustaría escoger de otras bandas para hacer algo completamente diferente de Slipknot y Lamb Of God. Aún tengo las ideas musicales en la cabeza pero no he sido capaz de pensar en alguien que pudiera ocupar su lugar. Quizá nunca lo haga porque era un tipo especial. Le echo mucho de menos.
Tras colgar con Maria, le dije a mis compañeros y equipo lo de Paul y pasamos el resto de la noche cerca del bus mensajeándonos con varios amigos sobre su muerte. Decidí tomarme el primer trago del día y me tomé uno o dos tragos de Jagermeister en su honor (porque, ¿qué tiene más sentido para un alcohólico deprimido que cuando alguien muere ingerir un depresivo?), luego a la cama. Nos fuimos a eso de las tres o las cuatro de la madrugada.
El día siguiente fue dedicado a ir en bus hasta Polonia. Me emboraché hasta las cejas y lloré, escuchando a Slipknot en mi iPod y escribiendo letras malas en una libreta. Trataba de oír la voz de Paul una última vez a través de sus líneas de bajo pero todo lo que me quedó fue su música. Estaba tan triste de que estuviera muerto, de que nunca pudiera volver a hablar con mi amigo en esta vida; incluso acelerando yo hacia mi propia muerte con un trago lleno de un negro jarabe para la tos alemán.
Eso es realmente todo lo que recuerdo del 24 de mayo de 2010. Y recuerdo tanto porque fue nuestra primera vez en Praga, la seguridad fue malísima que tuve que luchar con un chaval hasta tirarlo al suelo y Paul Gray murió. Fue un mal día pero me encantaría recordar más. Desearía recordar cada segundo. Quizá entonces tendría respuestas reales a todas las preguntas imposibles que iban a hacerme.