Chromaparagon

La mejor arma contra el aburrimiento es la variedad. Y en su primer largo, “Chromaparagon”, no dejan de variar en los 55 minutos que dura. Pero si bien variar sin ton ni son es sencillo, lo que hace este cuarteto de Long Island, Nueva York, tiene mérito: de hacerlo sin ojo, sería sencillo obtener un resultado variado pero deslavazado. Sin embargo el grupo mantiene una línea coherente y le da un sello personal a su sonido que lo hace reconocible y con entidad propia.

Ello no quiere decir que lo suyo sea algo nunca oído: la banda podría meterse en el mismo cajón que , , o los también neoyorquinos (e injustamente olvidados) , por citar algunos. Pero es que en el álbum se oyen momentos muy de , , o , un carrusel progresivo que deja que suba el metal, el rock, el stoner, el soul, el jazz o el blues para una vuelta que divertirá a cualquier fan de estos ritmos (y sus mezclas).

Cambios de ritmo por doquier, ningún acomodamiento y mucha inventiva es el cóctel con el que logran emborracharnos unos cocteleros que dominan con maestría sus instrumentos: base rítmica compenetrada (con un batería capaz de extraordinarios cambios de ritmo y un bajista que, además de manejarse con las cuerdas, se ha encargado de producir el disco con resultados excelentes), un guitarrista con gran inventiva y un vocalista, John Carbone, que logra destacar con una extraordinaria voz melódica llena de ‘soul’, una suerte de cruce de Brandon Boyd y Greg Puciato (su lado melódico).

A poco de terminar el año, no dudaría en incluir este largo debut en la lista de los mejores álbumes del año: no es exagerado. Dadle una escucha y veréis cómo el grupo os hinca el diente (y no solo a la luz de la luna).

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