Sobre el papel, el cartel que se presentaba el pasado martes en la sala Razzmatazz parecía una mezcla explosiva, esta vez no tanto por los grupos que lo formaban (que también), sino más bien por ver cuál podía ser el resultado de juntar en uno mismo escenario y día a dos grupos como son Machine Head y Bring Me The Horizon, entre los cuales mediaba prácticamente una generación de distancia (se mida como se mida esto). Y visto lo visto, difícil fue que alguien saliera de la sala insatisfecho.
Por desgracia del que escribe estas líneas, confiar en RENFE para llegar antes de tiempo al destino pensando que solo estaban cayendo cuatro gotas mal contadas no fue la mejor de las ideas, así que muy a mi pesar, no pude llegar a tiempo de ver ni una sola canción de Darkest Hour. Desde aquí pido las disculpas pertinentes por pecar de inocente el día menos indicado.
Acabadas las desdichas por parte mía, el concierto de DevilDriver empezó también de forma un poco abrupta cuando el técnico de sonido, involuntariamente, cortó de golpe la intro de End of the Line mientras el grupo intentaba situarse sobre el escenario. Pero fue lo de menos, ya que cuando la banda empezó a tocar el tema en sí, el pequeño interruptus quedó rápidamente en el olvido y el espectáculo, en bandeja. Dez es un tipo con tablas que sabe como conectar con el público, que unido a las ganas de gresca de la muchachada ahí presente, hizo del concierto un lugar perfecto para presentar dos temas de su último disco (Dead to Rights y You Make Me Sick), y repasar además algunos temas más conocidos como Heart on the Heartache (Let Them Rot), I Could Care Less y Clouds Over California. Fueron 50 minutos en los que Dez Fafara no dejó de intentar animar el cotarro con sus múltiples llamadas para crear circle pits o walls of death. Justo al pelo para lo que estaba por llegar.
Si uno va a un concierto sin tener la menor idea del aspecto del grupo que va a tocar, más de una sorpresa puede caer. Y es que pasar de la clásica imagen heavy-metalera (ya sabéis, vestimentas de color negro, ni un milímetro de piel sin un tatuaje, todas las greñas que se puedan, y algo de afición a cultivar los músculos o la curva de la felicidad en su defecto) a otra visión en las que aparecen unos tipos desgarbados y que parecen haberse escapado de una banda indie rock cualquiera, choca. Pero al fin y al cabo, lo que contaba ahí era la música, y Bring Me The Horizon bien que conocen la fórmula para encontrar a un público, y que ésta funciona a la perfección cuando el sonido de la sala acompaña. Y ese fue el caso de ayer, y aunque personalmente no le acabo de encontrar el punto al estilo que predican los ingleses, no pareció que ninguno de sus fans acabase tremendamente decepcionado. Eso sí, la actitud de Oliver Sykes sobre el escenario fue un poco discutible. Perfecto lo de dejarse la piel, y ningún problema en demostrar que todo te da completamente igual (y eso incluye su propia voz, que en algunos momentos dio la sensación que ni él se preocupaba por ella), pero de ahí a tener «detallitos» como escupir sin mirar hacia donde…feo, sobre todo para los fans que se han quedado en primera fila para poder ver a sus ídolos más de cerca.
Tras la obligada pausa para preparar el escenario, llegó el que probablemente era el concierto más esperado por la mayoría aquella noche: el de Machine Head. Con la sala, ahora sí, a reventar, lo único que faltaba era que Robb Flynn y compañía comenzaran a descargar cualquier tema de su repertorio para que la gente se pusiera a sus pies. Y empezaron con I Am Hell (Sonata in C#), y a tenor de la reacción de la sala, no es de extrañar que Flynn y los suyos hayan ganado suficiente confianza para hacer lo que les apetezca en sus discos. El resto del concierto fue un paseo triunfal para el grupo, aunque tampoco era demasiado de extrañar teniendo en cuenta que los californianos tenían temas para elegir. No faltaron ni Aesthetics of Hate, ni Beautiful Morning, ni Imperium, ni The Blood, the Sweat, The Tears, ni Davidian. Para tener cabida, incluso Bulldozer del denostado álbum Supercharger hizo acto de aparición. Si a eso se le suma el carisma de Flynn (que a pesar de algunos problemas con su voz en las partes limpias, eso no fue ningún impedimiento para tener al público en su mano desde el primer momento) el resultado estaba cantado: conciertazo. Pero no solo de Flynn vive Machine Head, ya que por ejemplo Phil Demmel, que a pesar de los típicos percances del directo, supo demostrar quién ha sido uno de los artífices de la resurrección de la banda; o Adam Duce, que a pesar de permanecer bastante estático, al menos dio toda una lección que no hacen falta poses, ni movimientos de un lado para otro para ganarse algo de carisma.
En resumidas cuentas, el experimento salió bien. El concierto de Machine Head ya pagó con creces lo que costaba la entrada; Bring Me The Horizon probablemente gustaron a quien tenían que gustar; y DevilDriver fue una especie de aperitivo jugoso difícil de rechazar.